Hervé Guibert, historias inéditas y fotografías desconocidas en “Phantom Image”

Hervé Guibert, historias inéditas y fotografías desconocidas en “Phantom Image”

infobae

Escritor y fotógrafo, Hervé Guibert Supo ser una de las grandes figuras de la literatura francesa contemporánea. Nacido el 14 de diciembre de 1955 en Saint-Cloud, Francia, Guibert demostró su pasión por la escritura y la expresión artística desde temprana edad. Estudió Letras en la Universidad de Nanterre, donde empezó a moldear su voz literaria y a profundizar en exploraciones personales en sus escritos.

Su gran salto se produjo en los años 80 con la publicación de su obra más influyente, A un amigo que no me salvó la vida (1982), una novela autobiográfica en la que narró sus experiencias personales con el VIH/SIDA y su relación. con el filosofo Michel Foucault, quien también luchó contra la enfermedad. Guibert se convirtió en un testigo vital de la crisis del VIH/SIDA, desafiando las normas literarias y compartiendo su lucha de manera incisiva.

infobae

A lo largo de su carrera, Guibert exploró una amplia gama de géneros. Desde su primer libro, publicado en 1977, hasta sus novelas, diarios, cuentos y adaptaciones teatrales, su trabajo abarcó un espectro diverso y desafiante. Su estilo de escritura en primera persona lo convirtió en un precursor de la llamada “autoficción”.

Además de su contribución a la literatura, Hervé Guibert también incursionó en la fotografía, explorando temas de sexualidad, identidad y cuerpo humano. Esta convergencia de palabra e imagen le permitió ampliar su expresión artística y desafiar las normas establecidas en ambos campos. Sus imágenes eran a menudo provocativas y crudas, proporcionando una perspectiva única sobre los temas que abordaba en su obra literaria.

infobae

Desde el momento en que a Guibert le diagnosticaron la infección por VIH, se centró en documentar su experiencia con la enfermedad. Fruto de ello fue el lanzamiento de su Trilogía sobre el SIDA, que incluye títulos como el ya mencionado El amigo que no me salvó la vida y El protocolo compasivo (1991).

A pesar de su batalla contra la enfermedad, Guibert continuó escribiendo y pudo ser no solo un testigo vital de su época, sino también un innovador literario y artístico que desafió las normas establecidas. Su valentía al explorar temas personales y afrontar la enfermedad y la muerte dejó una impresión duradera en la literatura contemporánea.

El 27 de diciembre de 1991, Hervé Guibert perdió la vida a causa del VIH/SIDA, convirtiéndose en una víctima más de la epidemia que él mismo había documentado con tanta pasión y vigor. A pesar de esto, su legado sigue vivo en su obra literaria y fotográfica, mientras continúa iluminando temas de salud y sexualidad en la literatura y el arte contemporáneos.

infobae

En 2023, con la traducción de Magalí Sequera, el sello de las tres editoriales ha publicado en España el título más reciente en este idioma de la buena autora francesa. Imagen fantasma Es una obra que profundiza en la esencia de la fotografía y la memoria. El autor nos sumerge en una exploración de la fotografía, donde las imágenes fantasmales, aquellas que nunca se materializaron, cobran vida. El libro es un intento de biografía a través de fotografías, revelando la intimidad de lo que no se puede ver a simple vista.

El editor señala: “En un alarde de modestia, el autor de este libro lo define como un “texto sobre fotografía”. No lo es. O, al menos, no exclusivamente. Autobiografía hecha de fragmentos, Imagen fantasma Es un intento de capturar la intimidad y la emoción que desaparecen una vez que se suelta la cámara; también, sobre todo, por plasmar en palabras lo que nunca estuvo ahí”.

infobae

Con sensatez, Hervé Guibert rebusca en el archivo de fotografías familiares y encuentra rostros esquivos que evocan la joven belleza de su madre y autorretratos en los que ya no se reconoce. En medio de estas imágenes recuerda los deseos inconfesables y la violencia oculta de su padre, así como la mirada penetrante de un amante enfermo. Las fotografías son despojadas de su intención documental o comunicativa, convirtiéndose en un simple capricho de la memoria.

El escritor americano Maggie Nelson Ha dicho de esta obra que lo único que los lectores deben hacer con ella es celebrarla, dar paso a “la irónica e inquebrantable devoción con la que registra el cuerpo; por su apuesta por la experimentación formal, hasta el punto de hacer explotar géneros; y por una curiosidad y audacia ante las cuales otros podrían esperar –o sentir– modestia”.

Así comienza “Imagen fantasma”

La fotografía también es un acto de amor. Una vez, cuando mis padres aún vivían en La Rochelle, en ese gran apartamento, rodeado por un balcón que daba a los árboles del parque y un poco más lejos del mar, decidí tomarle fotos a mi madre. Yo tenía dieciocho años en ese momento y había regresado para pasar un fin de semana. Supongo que era mayo o junio, un día soleado pero fresco, con una agradable brisa.

Ya le había tomado, sin pensarlo, fotos de ella de vacaciones con mi padre, fotos inevitablemente banales que no decían nada de la relación que podríamos tener, de mi apego a ella, fotos que se limitaban a ofrecer obtusamente un rostro, una fisonomía. . De hecho, mi madre generalmente se negaba a que le tomaran fotografías; Afirmó que no era fotogénica y que su situación la puso tensa de inmediato.

Si yo tenía dieciocho años, debía ser en 1973 y mi madre, nacida en 1928, tendría entonces cuarenta y cinco años, edad para la que todavía era muy hermosa, pero una edad desesperada, en la que me sentí ella esté en su límite extremo. de envejecimiento, de tristeza. Hay que decir que hasta entonces me negué a fotografiarla porque no me gustaba su peinado, artificialmente ondulado y lleno de laca, con esas horribles marcas que le hacían, alternando con permanentes, y que avergonzaban su rostro, lamentablemente lo enmarcaban. , lo escondieron y lo alteraron. Mi madre era de esas mujeres que presumen de parecer una actriz, Michèle Morgan en este caso, y van a la peluquería con una foto de esa actriz, encontrada en alguna revista, para que el peluquero, con la foto como referencia , puede reproducir en ellos el peinado. Mi madre tenía entonces más o menos el mismo peinado que Michèle Morgan, a quien obviamente comencé a odiar.

Mi padre le prohibía a mi madre maquillarse o teñirse el pelo, y cuando le tomaba fotos le ordenaba sonreír, o las tomaba sin que ella se diera cuenta, fingiendo ajustar la cámara para que ella no pudiera controlar su imagen.

Lo primero que hice fue sacar a mi padre del escenario donde iba a tomar la foto, expulsarlo para que su mirada ya no pasara por la de él, debido a sus exigencias, y liberarla por un momento de cualquier presión acumulada por más de veinte años. , y que sólo existía nuestra complicidad, una nueva complicidad, liberada del marido, del padre: sólo una madre y su hijo (¿no sería la muerte de mi padre lo que quería poner en escena?).

La segunda etapa fue liberar su rostro de ese peinado caótico: sentada en el baño, yo misma mojé su cabeza bajo el grifo para alisarle el cabello y le puse una toalla para cubrirle los hombros. Llevaba una combinación blanca. Me había probado varios vestidos viejos, como ese vestido azul con volantes y lunares blancos que asocio con un recuerdo del domingo, de fiesta, de verano, de placer. Pero el vestido ya no “le queda” a mi madre o me pareció demasiado: exigía demasiada importancia, era demasiado llamativo y terminó ocultando a mi madre una vez más, pero en sentido opuesto a como lo hizo mi padre, aunque, En retrospectiva, todos nuestros intentos fueron desnudarla. Tenía el pelo rubio, no tan largo, y lo peiné durante mucho tiempo para alisarlo completamente a cada lado de la cara para que quedara sin volumen, sin imprecisiones, dejando aflorar la pureza de sus rasgos: la nariz larga y recta. , la mandíbula afilada, los pómulos altos y, por qué no, aunque la foto sería en blanco y negro, ojos azules. Le puse un poco de talco, un talco pálido, casi blanco.

Luego la llevé al salón, que estaba completamente iluminado con esa luz suave y cálida, invasiva y tranquilizadora de principios de verano. Dispuse uno de los sillones blancos entre las plantas verdes, la higuera, el caucho; Lo coloqué de lado para que la luz cayera más suavemente y bajé un poco las persianas para atenuar la intensidad, que amenazaba con borrarse, con aplanar el rostro. También eliminé del posible marco visual de la foto todas aquellas cosas que pudieran distraer, como la mesa de plexiglás donde reposaban algunas copias de la guía de televisión. Mi madre estaba sentada en esa silla, con la combinación y la toalla sobre los hombros, y esperaba, erguida pero sin rigidez alguna, que yo terminara la preparación. Noté que sus facciones se habían relajado, vi como esas pequeñas arrugas que amenazaban con fruncir su boca habían desaparecido por completo. (Por un momento detuve el tiempo y el envejecimiento; volví a través del amor de mi madre). Allí estaba ella, sentada, majestuosa, como una reina antes de ser ejecutada. (Ahora me pregunto si lo que estaba esperando no era su propia ejecución, porque, una vez tomada la foto, una vez fijada la imagen, el proceso de envejecimiento podría comenzar de nuevo, y con una velocidad vertiginosa a esa edad, entre los cuarenta y cinco años. Cincuenta y cinco, cuando sorprende tan brutalmente a las mujeres, sabía que cuando dejara de apretar el botón, ella dejaría pasar todo con desapego, serenidad, resignación absoluta, y que seguiría viviendo con esa imagen degradada sin intentar recuperarla en frente al espejo con cremas y mascarillas).

Le tomé fotos. En ese momento ella estaba en el cenit de su belleza, con su rostro completamente relajado y suave, no hablaba mientras yo me movía alrededor de ella; Tenía en sus labios una sonrisa imperceptible, indefinible, de paz, de felicidad, como si estuviera bañada en luz, como si ese lento torbellino que la rodeaba, a la distancia, fuera su más suave caricia.

Hervé GuibertLiteratura contemporáneaFotografía y memoriaVIH/SIDAImagen fantasmaLibrosLeamos

Categories: Últimas Noticias
Source: pagasa.edu.vn

Leave a Comment