Athenea celebra junto a Alexia Putellas y Aitana Bonmatí el segundo gol de España ante Suecia. REUTERS
En un ejercicio de profesionalidad y extrema resiliencia, España se olvidó del absurdo y el caos en el que la sumió Rubiales y firmó su victoria más significativa ante Suecia (2-3) en su regreso a la competición apenas un mes después de proclamarse campeona del mundo en Sydney en la que supuso la mayor hazaña jamás vivida por el deporte español. Aquella hazaña, que hoy está muy lejana, dio paso al bochorno internacional y terminó con el grito de “se acabó” de algunos jugadores que iniciaron una lucha por lograr una institución más justa, en la que sean escuchados y respetados. Entre eternas negociaciones, presiones inexplicables, poco entrenamiento, menos descanso y mucha tensión, se coló el balón, que no espera a nada ni a nadie, y España hizo lo que mejor sabe hacer: jugar al fútbol. La agónica victoria ante Suecia, de penalti y en el último segundo, tiene un valor incalculable, por el momento y por lo que transmite, porque los jugadores pelean en los despachos, sí, pero también ganan en el campo. Porque demuestran que no hay nada que les guste y les importe más que el fútbol, evidentemente. España, después de todo, reclamó el balón.
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