Dolarización

Dolarización

FOTO DE ARCHIVO: Un billete de cien pesos argentinos se encuentra encima de varios billetes de cien dólares estadounidenses en esta fotografía ilustrativa tomada el 17 de octubre de 2022. REUTERS/Agustin Marcarian/Ilustración/Foto de archivoFOTO DE ARCHIVO: Un billete de cien pesos argentinos se encuentra encima de varios billetes de cien dólares estadounidenses en esta fotografía ilustrativa tomada el 17 de octubre de 2022. REUTERS/Agustin Marcarian/Ilustración/Foto de archivo

Todo fenómeno social se manifiesta en varias dimensiones, como un hecho objetivo y como un conjunto de significados subjetivos. La forma en que lo fáctico cristaliza en el sentido común de las personas, así como la forma que adopta dicha realidad al configurarse socialmente, constituye el aporte distintivo de lo que llamamos “constructivismo”.

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Es decir, analiza “la construcción social de la realidad”, un proceso que abarca literalmente el universo de identidades, roles e interacciones sociales. Así, escuchamos a diario que la clase social, la identidad nacional, étnica y racial, el género y la orientación sexual, e incluso la política exterior de un Estado, entre muchas otras, son “construcciones sociales”.

El dinero también lo es. Desde el surgimiento de la banca en el Renacimiento, atribuimos valor a un papel, por encima de lo que valen dicho papel y tinta, porque sabemos que será aceptado para adquirir bienes y servicios que necesitamos y a los que aspiramos. Es un medio de intercambio más práctico y eficaz que el trueque, pero para ser completamente fungible requiere de un elemento eminentemente subjetivo: la confianza.

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Confianza en quien lo emite, aceptado por quien vende los bienes y servicios que queremos, y quien a su vez le dará otro uso. Es decir, nada más concreto y objetivo que el dinero, pero cuyo uso y valor depende de un conjunto de interacciones subjetivas y no siempre mensurables; es decir, intangibles. Entonces, el dinero es una construcción social.

Una parte especialmente sensible es que la confianza se reproduce siempre que haya una certeza razonable (léase expectativas) de que el rol en cuestión mantendrá su valor en el futuro previsible. Tales expectativas, una estimación del futuro, se formulan por definición de forma racional; es decir, con información del pasado. Si la historia muestra una pérdida de valor de dicho dinero, la racionalidad de los agentes económicos les llevará a buscar otro, para sustituirlo. Ese papel no será más que papel.

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Hablo de inflación, precipitante de una especie de historia de dolarización en Argentina que comienza en la segunda mitad de los años setenta, no en 2023.

En esos años, la aceleración de la inflación, su resistencia a las políticas de estabilización, la apertura simultánea de las cuentas comerciales y de capital y un exceso de liquidez internacional –ergo, el acceso al crédito externo– generaron una dolarización espontánea. Operar en divisas dejó de depender del tipo de vínculo con el sector externo y pasó a ser una práctica común incluso para quienes producían para el mercado interno. El ahorro en moneda extranjera, a su vez, ya no era una práctica limitada a los sectores de altos ingresos. Se generalizó la adaptación financiera en activos líquidos, un mecanismo de protección contra la inflación.

También se extendió el consumo en moneda extranjera; es decir, viajar al extranjero. Era la era del “dame dos”, un peso fuerte para el cual los bienes de consumo eran baratos. Esa época quedó asentada en la memoria, la sociabilidad y la cultura económica de los sectores medios y medio-altos. Desde entonces, El dólar es el bien más demandado –y, en su escasez, el más deseado– por los argentinos.

Una vez en democracia, estos sectores, el electorado fundamentalmente urbano, premiaron con su voto políticas monetarias que favorecían la apreciación cambiaria; es decir, un dólar barato. Los planes Austral y Primavera de Alfonsín, la Convertibilidad de Menem, el boom sojero de los Kirchner, el acuerdo de Macri con los holdings a través del “dinero caliente” (tipos desorbitados), todos favorecieron la apreciación del tipo de cambio, un subsidio al consumo en dólares reconocido en las urnas. .

Por supuesto, seguido invariablemente por un contraciclo: pérdida de confianza en la sostenibilidad del acuerdo monetario, depreciación del tipo de cambio e inflación, con episodios hiperinflacionarios a finales de los ochenta y principios de los noventa, así como corridas hacia el dólar, los corralitos y la banca. crisis. . En auges para consumir, o en crisis para protegerse contra la inflación, Los agentes económicos argentinos han operado en un sistema bimonetario durante más de medio siglo.

Lo anterior tiene que ver con la propuesta de dolarización que se debate en esta temporada electoral. Entendido en sentido estricto es irrealizable, quienes lo proponen lo saben y por eso tartamudean cuando surge el tema. En el país no hay reservas suficientes para cambiar los pesos a los argentinos, además de que la expansión monetaria ha crecido de manera extraordinaria, precisamente con un ministro-candidato que allana su camino a las urnas con emisión.

Por eso, la propuesta de dolarización no es monetaria; Por lo tanto, la discusión no gira en torno a la teoría monetaria. En Argentina el dólar es una aspiración y, como tal, una construcción social. Se trata de revelar la peculiar “antropología del dólar”. El mensaje encubierto detrás de la propuesta es que los argentinos recibirán sus ingresos en dólares, cuyo significante inconsciente es “capacidad de consumo instantáneo”. ¿También que el país será primermundista, como en los noventa?

Por tanto, en términos electorales la promesa es sólo eso, una promesa de campaña, incumplible como tantas otras y, por tanto, demagógica.

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Source: pagasa.edu.vn

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