Así escribe Luis Mateo Díez, ganador del Premio Cervantes 2023: léelo aquí

Así escribe Luis Mateo Díez, ganador del Premio Cervantes 2023: léelo aquí

Imagen de archivo del escritor y académico Luis Mateo Díez.  EFE/Emilio Naranjo
Imagen de archivo del escritor y académico Luis Mateo Díez. EFE/Emilio Naranjo

El escritor leonés Luis Mateo Díez ha sido reconocida con el Premio Cervantes 2023, el más prestigioso de las letras hispánicas, que está dotado con 125.000 euros.

Autor de obras como La ruina del cielo, El espíritu del páramo, fábulas del sentimiento cualquiera La fuente de la edad Ha sido elegido por ser uno de los “grandes narradores de la lengua española, heredero del espíritu cervantino y creador de mundos imaginarios”, según el informe del jurado.

Diezde 81 añosha destacado por su prosa y sagacidad, que lo hacen único y sorprendente, y por su capacidad para ofrecer nuevos retos literarios, en los que va más allá del ámbito de elegante.

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En sus creaciones ha demostrado un dominio y dominio del lenguaje que le permite mezclar con maestría lo culto y lo popular, y donde lo humor como el mejor resorte para explicar lo que está pasando. Además, ha sabido adoptar una perspectiva que nos permite comprender la complejidad de la condición humana.

A continuación ofrecemos algunas páginas de fábulas del sentimiento. El autor explica: “Escribí las doce fábulas contenidas en este volumen, ahora en el orden definitivo que implicaba el proyecto y también con la revisión detallada de los textos, más de diez años. Y en ese momento aparecieron agrupados de tres en tres, siguiendo la línea de una estructura narrativa que implicaba el proyecto, y también el desafío con el que se llevó a cabo.

Al escribir las fábulas tenía una clara ambición de crear una comedia humana peculiar, en modo alguno ajena a lo que constituye el subsuelo y el andamiaje de mi mundo narrativo, pero con el horizonte de un grado especial de descubrimiento, como si de ellas pudieran irradiar tonalidades. . más intenso y original de ese mundo, desde una perspectiva de mayor compromiso con la reflexión moral.

Las fábulas mantienen, como mínimo, una unidad significativa, una familiaridad en el sentido de sus pretensiones y, al culminar el destino de su encuentro final en este volumen que las recoge y reordena, habiendo cumplido el proyecto que lo preveía, Podría decir que esta unidad se expande en su variedad y alcanza, espero, la iluminación total de lo que quería hacer”.

Comienza así:

Pensión Lucerna

1.

La noche que Ciro Nistal llegó a la Pensión Lucerna había restricciones lumínicas en el barrio y sólo la luna de invierno orientaba el laberinto de callejones.

El tren de Ordial llegó con tres horas de retraso y cuando Ciro salió de la estación, cargando la pesada maleta, sintió el cosquilleo de las décimas que se movían como bichos tras el letargo del viaje.

Composición Luis Mateo DíezComposición Luis Mateo Díez[”Fábulas del sentimiento” se puede adquirir, en formato digital, en Bajalibros, clickeando acá.]

Vagó por los callejones perdidos durante un rato. No recordaba exactamente la dirección de Lucerna aunque se la habían repetido más de una vez, y el laberinto se hacía más intrincado hacia el corazón del barrio mientras los pasos se contagiaban del desaliento de la fiebre.

El peso de la maleta aumentó a medida que subía los tres pisos, y en algunos rellanos tuvo que reponer fuerzas.

El pasamano guió su ascenso, dibujando la espiral cerrada y apenas un cálido resplandor rompía la oscuridad, como si la luna invernal que regía el barrio lograra colar algo de su plata sucia por las desapercibidas ventanas.

La puerta de Lucerna estaba entreabierta. El hombre que la atendió era un cojo que doblaba su cuerpo como si tuviera la cintura rota.

Parecía una habitación interior desnuda, con pocos muebles. El resplandor se atenuó hasta adquirir un tono más indeciso, como si una vela goteara temblorosa desde una ventana del patio.

Luis Mateo DíezLuis Mateo Díez

Ciro se sentó en la cama, la maleta se le había caído de la mano apenas entró.

Descubrió una jarra de agua y un vaso sobre la mesa y bebió con avidez. La colcha estaba áspera, la retiró; En la almohada y en la funda de la sábana sintió un agradable frescor que amortiguaba su pulso. Le parecía que los décimos se estaban calmando de nuevo como los insectos se calman cuando regresan a su guarida.

No tenía ganas de desnudarse, se quitó los zapatos, se quitó la chaqueta, también se había quitado el abrigo cuando entró.

Cerró los ojos y permaneció quieto, inmóvil, tumbado en la cama, invadido por el mismo vértigo benigno que alimentaba el letargo del viaje sin haber sido posible dormir.

Le tomó un tiempo darse cuenta de que alguien estaba tocando la puerta, nudillos discretos pero repetidos que poco a poco fueron cambiando.

Ciro Nistal quiso hacerse a la idea de que aquel llamado no le concernía, que su abandono garantizaba a partes iguales la pérdida y el olvido, la distancia que lo había llevado hasta ahora y que, con un poco de suerte, aún lo llevaría más lejos. ; Lo suficiente como para que esa distancia acabara justificando una fuga que finalmente transformaría su existencia.

Pero pronto se dio cuenta de que no se trataba de una llamada, sino de una súplica.

“Vienen los mismos, en el momento equivocado y con el mismo equipaje…” murmuró, probablemente irritado.

Ciro tomó la llave que le ofrecieron, después de firmar en el Libro de Registro sintiendo que la plumilla se rompía y el papel secante esparcía la mancha en lugar de aliviarla en la firma incompleta.

Dio unos pasos por el pasillo que el hombre le indicó sin mucho convencimiento, dándose cuenta de que el tramo de oscuridad lo desorientaba por completo y los décimos subían con mayor preocupación, haciendo más codiciosos y temerosos sus hormigueos.

Palpó la puerta, reconoció la cerradura, la abrió con más cautela que determinación, como si el rumor de la fiebre reactivara su inseguridad y, al mismo tiempo, le hiciera consciente del abandono al que estaba siendo sometido.

Era un extraño sentimiento de soledad y pérdida que se había intensificado a lo largo de la tarde, en el tren que lo alejaba de Ordial y lo llevaba a Borela sin que el letargo le proporcionara ningún alivio, sino más bien el shock que le infundía su impotencia.

2.

“Tienes que disculparme, pero te escuché llegar y necesitaba hablar con alguien…” dijo la mujer, en cuyo rostro apenas se podían ver dos brasas ardiendo con una fiebre similar a la que hacía brillar la mirada de Ciro.

Entró y cerró la puerta sin que Ciro entendiera del todo sus palabras.

La decisión de la llamada se vio ahora contrarrestada por la vacilación que la paralizó, como si de repente se avergonzara de lo que acababa de hacer pero no pudiera rectificar y se sintiera angustiada por ello.

“No hay nadie a quien pueda recurrir…” murmuró, aún sin moverse, acentuando el gesto de angustia, con los brazos cerca de su cuerpo y confusión en sus ojos.

“No te preocupes…” Alcanzó a decir Ciro, y antes de decirle que se calmara, que estaba dispuesto a escucharla, miró por encima de los muebles de la escasa habitación y se dio cuenta de que no había ninguna silla.

A la cabecera de la cama estaba la mesita, a sus pies un armario de aspecto desvencijado con una ventana rota, y al lado estaba el perchero en el que había colgado su abrigo.

“Mi nombre es Dola…” dijo la mujer, “Dola Moreda”. Llegué a Borela al mediodía y encontré la Pensión por casualidad, no conozco a nadie, es la primera vez que vengo.

Ciro no se atrevió a decirle que podía sentarse en la cama, pero la mujer, una vez confesó su nombre, pareció recobrar algo de valor. Dio unos pasos, suficientes para que la fragilidad de su cuerpo se perfilara en la luz lívida y, por un instante, esa fragilidad detalló un recuerdo impreciso, como si algo lejano se agitara en la memoria de Ciro.

“Lo escuché llegar…” repitió. Tú tampoco eres de Borela, ¿verdad?

—No, soy de Ordial.

—Yo de Doza.

Ahora estaba quieta en el centro de la habitación y el resplandor lunar parecía una llovizna polvorienta alrededor de su figura, una luz votiva alrededor de una imagen que había descendido del altar.

La imprecisión del recuerdo fue un incentivo para que la imaginación de Ciro explorara la figura, quizás más aturdida que perturbada, con esa incertidumbre que alientan las apariciones, pero ella no se quedó quieta y Ciro sintió que su imaginación se disipaba.

La vio acercarse a la cama, acariciar la colcha.

“No te imaginas lo cansada que estoy y aún así me es imposible dormir…” dijo casi suspirando.

“Siéntate…” La animó entonces Ciro, quien aún estaba al pie de la puerta, en la oscuridad que espesaba la distancia y que le permitía mirarla con la determinación de quien acecha sin ser visto.

Él le obedeció.

“Habría muerto, lo juro, o habría hecho una locura…”, dijo la mujer. Es la primera vez en mi vida que vengo a una Pension, tampoco he sido nunca muy viajero. ¿Vienes frecuentemente?…

—No conocía Lucerna, estoy de paso por Borela. Tampoco conozco muchas pensiones, aunque tengo la idea de que todas son más o menos iguales.

—Me vi solo, definitivamente solo, como si hubiera llegado a uno de esos lugares de los que nunca se regresa. Ella no sabe lo agradecido que estoy por abrirme la puerta.

Premio Luis Mateo Díez Cervantes

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Source: pagasa.edu.vn

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