Adelanto exclusivo de la última novela de la saga “Millennium” con nueva autora: ¿está a la altura de la original?

Llega "Las garras del águila", séptimo tomo de la saga "Millennium" y el primero en ser escrito por una mujer. Llega “Las garras del águila”, séptimo tomo de la saga “Millennium” y el primero en ser escrito por una mujer.

A cuatro años de la publicación del libro con el que se creía cerrada la exitosa saga Millennium -la serie de novelas criminales creada por el sueco Stieg Larsson que ha atrapado a más de 105 millones de lectores y ha sido llevada a la pantalla grande-, llega un nuevo tomo que promete revivir el furor por su personaje principal, la célebre hacker antisocial Lisbeth Salander.

Las garras del águila, el séptimo volumen de la saga, es el primero en ser escrito por una mujer: la autora, fotógrafa y periodista sueca Karin Smirnoff. Los primeros tres fueron escritos casi sin descanso por Larsson, que no llegó a verlos en librerías ya que murió pocos días antes de la publicación del primero y más conocido, Los hombres que no amaban a las mujeres. Pero el éxito rotundo de la historia hizo que un nuevo escritor, el también sueco David Lagercrantz, se encargara de continuarla con otra trilogía.

De todos modos, esta segunda trilogía no tuvo tanto éxito como la primera y su autor tuvo muchas críticas por no poder igualar el nivel del creador original. Es así que Smirnoff, con una nueva perspectiva, será quien tome las riendas de esta exitosa saga para volver a sacarle el brillo que supo tener en sus comienzos.

En Las garras del águila, editado por Destino, Lisbeth Salander se enfrentará junto a su ya conocido secuaz, Mikael Blomkvist, a una red de corrupción amparada en la explotación de energías renovables y el ecologismo y se verán obligados a combatir la violencia contra las mujeres en medio de un imparable ascenso de la ultraderecha en Suecia.

Así empieza “Las garras del águila” (adelanto exclusivo)

"Las garras del águila", de Karin Smirnoff, editado por Destino. “Las garras del águila”, de Karin Smirnoff, editado por Destino.

El limpiador mira el reloj. Desde que esparce la carnada hasta que la primera águila, una hembra, se lanza en picado sobre ella, pasan cuarenta y un segundos.

Nunca sabe exactamente de dónde viene. Puede haber estado posada en un árbol en las inmediaciones o planeando a dos mil metros de altura. Con su vista, doscientas veces más aguda que la de una persona, es capaz de descubrir una presa a varios kilómetros de distancia. Él, por su parte, se halla sentado a unos cincuenta metros de la carnada, bien oculto en su escondite, observando el banquete con sus prismáticos.

Festín aguileño, siete letras: carnada. La ternura que siente por las aves no es amor paternal, por que qué sabe él de eso. Aun así, no puede evitar verlas como sus crías.

Piensa en ellas antes de quedarse dormido y en cuanto se despierta. Ocupado con todos los quehaceres necesarios como cortar leña, cocinar o encender la chimenea, piensa en ellas. ¿Se habrán apareado? ¿Sobrevivirán las crías? ¿Podrán encontrar suficiente comida? ¿Lograrán pasar el invierno? Pues sí. Con su ayuda y una temporada decente de campañoles, lo conseguirán.

Se restriega los ojos con los nudillos. El sol está más alto ahora y le calienta la espalda, quizá por última vez este otoño. No importa. Tiene su casa en un rincón del mundo olvidado por la humanidad. Hablar de casa quizá sea una exageración, más bien se trata de una simple cabaña de troncos de madera que ha estado vacía desde que desaparecieron los últimos leñadores a principios de los años sesenta y la zona se declaró reserva natural.

El terreno es escabroso y resulta inaccesible con su estructura irregular de bosque virgen, lagunas, turberas y montañas. Tampoco hay ningún camino de verdad para llegar. Aparte de senderos abiertos por los animales, sólo se ven las débiles huellas de una vieja pista forestal que la naturaleza está a punto de hacer suya de nuevo. La única manera de acceder es a pie o con un quad, pero entonces hay que saber orientarse.

Hasta la carretera más cercana hay más de diez kilómetros. Él se mueve en un radio máximo de un par de kilómetros en torno a la cabaña. Al principio señalaba las direcciones con ramitas para no perderse. De esa manera ha localizado un arroyo en el que pescar, árboles derribados por el viento para hacer leña y claros del bosque donde esperar a las aves y otros animales de caza menor.

La cabaña es un santuario, modestamente modernizada con un generador diésel que utiliza para cargar el teléfono móvil. Aquí no es nadie. Un hombre sin nombre, pasado o futuro. Existe, sin más. Vive al día. Se va a dormir pronto y se despierta al amanecer. Hace lo que tiene que hacer sin reflexionar sobre si está bien o mal.

La sueca Karin Smirnoff es la primera mujer en escribir un libro de la saga "Millennium" después de Stieg Larsson y David Lagercrantz. (Pushkin Press)La sueca Karin Smirnoff es la primera mujer en escribir un libro de la saga “Millennium” después de Stieg Larsson y David Lagercrantz. (Pushkin Press)

Hay años grabados en la madera de las paredes. Y nombres. Mensajes de hombres solitarios dirigidos al futuro. Olof Persson 1881. Lars Persson 1890. Sven-Erik Eskola 1910. Etcétera. Ahora bien, ¿qué es la soledad si no algo relativo? Puden pasar meses sin que hable con nadie más que consigo mismo, con los pájaros, los árboles e incluso las piedras. Aun así, se siente menos solo que nunca. Es como si la infancia le hubiera dado alcance. Con cada día que pasa se acerca más al niño que busca refugio en el bosque, al niño que aprende cómo está hecho el mundo observando, quieto, sin moverse, el ritual de cortejo de los gallos lira en primavera, observando a la zorra cuidar de sus crías, el turno de trabajo de las hormigas en el hormiguero o al escarabajo de la corteza abrirse paso en el abeto.

El niño tiene un padre. Un cabrón corpulento con brazos que llegan a todas partes. El niño tiene una madre. Nadie cuenta con ella. El niño tiene un hermano. Corre, dice el hermano cuando el padre vuelve a casa, y el niño corre a refugiarse en el bosque.

Atrapa una culebrilla de cristal. Cuando ésta se desprende de la cola, él coge de nuevo al animal. Saca el cuchillo de la vaina, le corta la cabeza y se hace el silencio. Él es el silencio.

El niño deja la culebrilla sobre una piedra. Se apoya en el tronco de un abeto y se limpia la hoja del cuchillo en el pantalón. Y luego se la pasa por una uña. A lo largo del filo se halla la libertad. Una libertad que nadie le puede arrebatar.

Se acerca otra águila. Un macho joven. Aún no tiene el plumaje abdominal blanco del macho sexualmente maduro, ni el pico amarillo. Con toda probabilidad, es una cría del año anterior. Dos años máximo, anota en su cuaderno. No es frecuente, aunque ocurre a veces, apunta también, que las águilas jóvenes se queden en su lugar de nacimiento en vez de emigrar hacia el sur. Posible defecto o enfermedad. Signo de interrogación. Vigilar. Signo de exclamación.

La hembra está tan ocupada que no se molesta en marcar territorio cuando el joven macho, que al principio se limita a sobrevolar en círculos los restos de carne, se atreve a bajar. Quedan trozos de huesos, sobre todo. Lo deja hacer. Tiran incansables de los tendones hasta que consiguen arrancarlos del hueso y los engullen como espaguetis. Al cabo de unos minutos el momento álgido del día ha pasado. Guarda el cuaderno y el termo en la mochila, se cuelga la escopeta al hombro y sale a rastras del escondite. La pierna derecha se resiste a acompañarlo, como siempre. Tiene que girarla para que apunte hacia la cabaña.

El camino hasta allí se extiende a lo largo de un sendero de animales. Los abedules, alisos y sauces ya han perdido sus hojas. Pasa la mano por los pequeños arbustos y se lleva un puñado de arándanos rojos, se los mete en la boca y el rostro se le tuerce en una mueca agridulce. Agridulce es también el olor de la carnada restante que ha guardado en un cubo de plástico con tapa, bien camuflado bajo un abeto, cierto, pero aun así. Debería haberlo echado todo de una vez, pero no puede, el momento con las águilas lo es todo. Es por ellas que respira, come, duerme, caga. Volverá al día siguiente. Le suena el móvil. Sólo hay una persona que tiene su número. Sólo hay una persona a la que llama. —Sí —dice—. Sí. Mañana a primera hora. Vale.

Esa mañana hace más frío de lo habitual. Echa otro par de leños en el fuego y se calienta las manos con la taza de café. Si quiere llegar a la carretera a tiempo, tendrá que marcharse pronto. Por el camino pueden pasar muchas cosas. El quad po dría averiarse o el terreno enfangarse demasiado.

Recorre a pie los primeros kilómetros hasta donde ha escondido el quad por precaución. Si alguien, contra todo pronóstico, lo encontrara, no sería capaz de relacionarlo con la cabaña o con él.

Mientras camina, busca águilas con la mirada. Uno de los nidos está en esa misma dirección, pero no avista ninguna ave. Una pena. Le habría resultado reconfortante; no porque esté preocupado, pero aun así. Ver un águila marina es una señal. Una buena señal.

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Una vez en el escondite, quita las ramas de abedul que cubren el vehículo, coloca la mochila en el baúl delantero y pone rumbo al lugar del encuentro.

El suelo resiste, todo marcha según lo previsto. Con diez minutos de margen, espera oculto, sin que se lo vea desde la carretera, antes de continuar hasta la barrera, donde gira el quad para dejarlo en el sentido de vuelta.

El coche ya está allí. Siempre viene la misma persona con la entrega. El limpiador lo conoce como el entregador. El entregador a él como el limpiador. En realidad, no se conocen. Sólo intercambian palabras sueltas.

¿Quién te da las órdenes? —pregunta. La respuesta lo tranquiliza. Cuanto más corta la cadena, menos eslabones.

En esta ocasión ha pedido algunas provisiones. Una botella de whisky y unos alimentos frescos. Y, como siempre, periódicos. Lo mete todo en el baúl del quad y luego se acerca al coche.

El entregador saca el cuerpo del asiento de atrás.

Una mujer. Eso es inusual. Lleva las manos atadas a la espalda y la cabeza cubierta por una capucha. Gemidos ininteligibles indican que le han tapado la boca con cinta aislante.

Haz lo que quieras con ella —dice el entregador—. Carta blanca.

Lo que quiera, mientras cumpla con su trabajo. Las personas que se cruzan en su camino me recen su destino. Sobre eso tiene la conciencia tranquila. No es un asesino sexual ni un psicópata, aunque la gente probablemente lo consideraría un hombre que mata para satisfacer sus instintos. Tienen un trato. Mientras ellos respeten su parte, él también lo hará.

—¿Qué ha hecho? —pregunta contra su costumbre. Quizá porque es una mujer. Quizá por que el entregador es la primera persona con la que habla desde hace mucho tiempo.

—Lo de siempre. Más no te puedo decir —responde el entregador, y el limpiador lo cree. Sube al quad y el entregador lo ayuda a colocar el cuerpo delante. Cuerpo le suena mejor que mujer.

—Sujétala con la correa también —dice—. ¿Verdad, guapa? No vaya a ser que te caigas. El limpiador alza la mano en un gesto de des pedida antes de arrancar en dirección a la cabaña. Mientras camufla el quad con ramas, deja el cuerpo atado a un árbol. Silencioso del todo no está, pues emite una especie de débil gemido, como un gato enfermo. A los gatos enfermos hay que sacrificarlos. Sigue sin haber águilas marinas a la vista.

El sueco Stieg Larsson es el creador original de la saga "Millennium", pero aunque escribió los primeros tres tomos, falleció antes de la publicación del primero. El sueco Stieg Larsson es el creador original de la saga “Millennium”, pero aunque escribió los primeros tres tomos, falleció antes de la publicación del primero.

—Venga, vamos —dice, y empuja el cuerpo que camina delante. Constata que no está en tan buena forma física como él. El último trecho lo recorre pegándole patadas en los talones para que mueva los pies.

No suele meter los cuerpos en la cabaña. Éste es una excepción. Lo tira en la cama con un empujón antes de sentarse en una silla.

—Primero la devoción y luego la obligación, ¿te parece bien? —pregunta al cuerpo—. ¿Y quizá poner un poco más de leña en el fuego? ¿Qué me dices? ¿Hace frío aquí dentro?

La gata gimotea. Él se empalma. Al fin y al cabo, una mujer siempre es una mujer. Le quita los pantalones y las bragas al cuerpo como si lo pelara. Siempre le hace ilusión ver lo que se oculta debajo de los harapos. Es un cuerpo bastante joven. Veinticinco, quizá. Como mucho, cuarenta. La edad no importa.

Al principio piensa tomárselo con calma, limitarse a disfrutar de las vistas, por así decirlo, pero el deseo vence a la paciencia. Arranca un poco de film transparente, se envuelve el miembro erecto con él —quién sabe qué mierda podría contagiarle— y coloca el cuerpo en la posición idónea para la penetración.

—Puedes quedarte en la cabaña unos días. Nos lo vamos a pasar muy bien —dice mientras la agarra con la torpeza de un adolescente virgen en un campamento de verano. Ni siquiera llega a metérsela antes de correrse.

Cuando la respiración ha recuperado su ritmo normal y el deseo ha caído en picado, descubre que el cuerpo se ha meado encima. En su cama. Eso lo zanja todo.

—Se acabó la fiesta —dice, se abrocha los pantalones y prepara el cuerpo para partir.

El cuerpo apenas se mantiene en pie. Quiere desmayarse, por eso no se aleja tanto de la cabaña como había pensado. Tras atarlo a un árbol, por segunda vez ese día, el limpiador desanuda el cordón de la bolsa de tela en la que guarda el arma.

Se queda mirando el hermoso objeto un rato antes de enroscar el silenciador. Sostiene la pistola entre las dos manos como una consagración del acto que el arma está a punto de cometer.

Miau. La gatita ya no tendrá que sufrir más.

Quién es Karin Smirnoff

♦ Nació en Suecia en 1965.

♦ Es escritora, fotógrafa y periodista.

♦ Su debut, Jeg tog ned til bror (primera parte de su exitosatrilogía), vendió más de 700 mil ejemplares y la valió una nominación al prestigioso Premio August.

♦ Fue elegida para continuar la célebre serie de libros Millennium, iniciada por Stieg Larsson en 2005 con Los hombres que no amaban a las mujeres.

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Source: pagasa.edu.vn

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